jueves, 10 de marzo de 2011

Destierro místico o el síndrome Jacobo Fijman


Pocas cosas están más alejadas del presente siglo que la devoción y la fe. Los pilares sobre los que ha sido construida nuestra sociedad moderna distan años luz de la práctica de la fe en el Dios inmaterial de la Biblia. El afán por los objetos, la pasión epicúrea por lo inmediato, la satisfacción de los placeres más accesibles han atiborrado lo que antes era el móvil del hombre y sus acciones: la sed de trascendencia. La multiplicidad de aparatos y utensilios ha soterrado las búsquedas sencillas del hombre, que consisten tan sólo en la paz y el bien de los otros. El santo, el profeta, el místico, ha sido expulsado de la polis, y se ha convertido en un absoluto extranjero. Este destino de errancia, intrínseco al creyente de todas las épocas, hoy también es condición de existencia del poeta que mira la trascendencia. No creemos, por ello, que sea casualidad que el artista moderno, vanguardista, multicultural e "interesante", siempre atento a los reclamos del buen gusto, no soporte estas sobrecargas y relegue la religión al terreno de los sacerdotes y teólogos. Debido a esto, encontrar hoy día poetas religiosos o místicos es tan difícil como acaso nunca antes. Los pocos que se atrevan a sobrellevar esta doble distinción terminarán en los hospicios o en la calle, padeciendo el caro precio de la santidad y la revelación. Hoy, todo poeta religioso va, indeclinablemente por el tórrido sendero de los locos y excluidos.