domingo, 5 de mayo de 2013

Kierkegaard, la reforma y la ascética

El rechazo hacia toda forma de vida ascética por parte de los reformadores es, sin dudas, uno de los
causales de su inevitable secularización y liberalismo actual (Franz Overbeck ya había detectado en el siglo XIX este germen de mundanización en la historia de la reforma). En los Dagboger, Kierkegaard ataca con inusual frecuencia la actitud de Lutero de "provocar" el espíritu ascético del cristianismo medieval casándose con la monja Catalina de Bora y "obligando" a todos los ministros evangélicos a contraer matrimonio (uno de los tantos motivos por los que Kierkegaard jamás hubiera podido ejercer eclesiásticamente el pastorado protestante). Esta anulación del principio de castidad- castidad que fue innata al pesimismo terrenal que acompañó al cristianismo primitivo en espera vigilante de la parusia- es un claro "signo de los tiempos". Esto es, de la mundanización de la vida espiritual cristiana que aconteció con la reforma y que, junto a la institucionalización política de la iglesia (tanto romana, como luterana y reformada), y a la divinización calvinista del trabajo y el ahorro, terminó por liquidar todo espectro actual de vida cristiana, entendida ésta como la entendieron los primeros cristianos. Por eso el salto kierkegaardiano. Por eso el decisionismo del instante. Por eso la vuelta cualitativa e infinita a poner nuevamente nuestros pasos en las huellas que dejó Jesús. Por paradójico que resultare, hoy día sólo es posible abrazar una vida cristiana íntegra ejerciendo la soledad, el aislamiento, o el ascetismo. En esto, la prédica de Kierkegaard acerca de la interioridad- inédita en la historia de occidente- ya había estado prefigurada en la teología oriental de un Juan Clímaco, Casiano, o Evagrio Pontico, por citar algunos de los más ilustres ascetas del desierto. Volver a los orígenes cristianos sólo puede ocurrir aguardando nuevamente la parusia- como en la noche de Getsemaní de Pascal-. No debemos dormitarnos en esta oscura época, pero... ¿Cómo esperar? Anulando la historia profana y el progreso- esa tríada del sistema llamada la familia, la iglesia y el trabajo- mediante la renuncia y la castidad.