jueves, 29 de abril de 2010

Minima Fragmentarium II


Esencialmente, las cosas nunca cambian. Mircea Eliade, en sus múltiples investigaciones sobre las sociedades tradicionales más antiguas de la humanidad, supo descubrir que existía en estas comunidades una melancolía y tristeza extrema cuando ocurría el ocultamiento del dios. Esto se daba cíclicamente cuando un desastre natural o una violación de las leyes interrumpían el círculo sagrado en el que vivía la sociedad. Los hombres creían entonces que el dios se replegaba (deus otiosus), alejándose furioso de su creación y se retiraba del mundo de los mortales. Algo análogo ocurre en la modernidad: los existencialistas creen que Dios se ha alejado para siempre de este mundo, o que, en el peor de los casos, ese Dios, si alguna vez fue, ahora ya no existe. El resultado de dicho alejamiento deviene en el "hombre absurdo" o en "la nada" sartreana. La más trágica consecuencia de esto es que en un mundo sin Dios todo es posible, parafraseando a Dostoievsky. Los golpes más duros siempre duelen en el mismo costado.

miércoles, 21 de abril de 2010

Minima Fragmentarium


Se puede reconocer el origen de la decadencia del pensamiento occidental en la desviación que el siglo XVI hace del "acto y potencia" tomista. Paralelamente, y agravándose el asunto, la filosofía anglosajona de la época encontrará el gérmen de su materialismo empirista en el nominalismo de Guillermo de Ockham, devenido "Esse est percipi" (Berkeley). La navaja filosa fue lanzada; la materia ya no necesita de un espíritu, indemostrable por otra parte. Podemos entonces leer la historia del triunfal materialismo moderno como una disputa originada en el seno mismo de la escolástica. Los santos díscolos de la Baja Edad Media hoy se han convertido en propagandistas del partido laborista o en su "contrincante": el disfrute epicúreo del mercado de la bolsa. Esencialmente las cosas nunca cambian, tan sólo degeneran.