lunes, 20 de enero de 2014

Franz Overbeck, el eterno insomne



Hasta donde mi modesta condición de lector llega, no conozco una crítica más devastadora a la historia del cristianismo que la que realizó a fines del siglo XIX un creyente, el teólogo protestante Franz Overbeck.
Siendo definida por él mismo como “la religión con la que se puede decir y hacer lo que se quiera”, el cristianismo, a diferencia de cualquier otra religión, se caracteriza por permitir endógenamente este tipo de críticas, lo que en alguna medida lo llevó a la desacralización en que se encuentra en la actualidad.
Las aporías que Overbeck encuentra en la estructura e historia del cristianismo no han sido todavía dilucidadas ni estudiadas de profundis por casi ninguna “personalidad” del intelecto, excepción hecha a Karl Löwith[1] , y a los fragmentos que le consagró en el más sincero agradecimiento el joven y radical Karl Barth. Quien verdaderamente conozca las ideas de Overbeck entenderá el motivo de su absoluto ostracismo y desconocimiento por parte del círculo de teólogos e intelectuales del pasado siglo XX.
Overbeck, reconocido ante la gran mayoría por ser tan sólo el amigo y confidente más cercano de Nietzsche, fue el único teólogo que puso seriamente en evidencia la gran nebulosa histórica y espiritual que existió entre la predicación apostólica de la inminente parusía y el establecimiento político y jurídico de la iglesia.
Alejado de todo su misterio escatológico, y anclado terrenalmente en el estado pagano, el cristianismo, según Overbeck, devino en una peligrosa contradictio in adjecto, ya que lo que caracterizó a la prédica de Jesús y su comunidad apostólica fue la anulación ascética del mundo por medio de la renuncia, el apartamiento y la espera; pero lo que ocurrió históricamente fue la creación de un estado eclesiástico y la colonización cultural de occidente.
“Jesús predicó el Espíritu Santo y lo que vino fue la Iglesia” escribió alguna vez Alfred Loisy; lo que para Overbeck podría significar- Kierkegaard mediante-: “Jesús predicó la renuncia (la negación), pero la Iglesia ejerció la afirmación (cultural y evangelizante)”.
“En efecto, una religión que esencialmente vive en la esperanza de la parusía, siendo fiel a sí misma, no podría proponerse la construcción de una ciencia teológica o de alguna iglesia.” (Karl Löwith)
Para Overbeck, esta contradicción no resultó fortuita: significó el naufragio espiritual y la crisis de toda la cultura europea (análisis que Nietzsche luego incorporaría para su crítica de la religión cristiana) que, por otra parte, el espíritu racionalista de la Reforma terminó por hundir hasta el abismo más profundo.
Es en este terreno donde la teología, lejos de calmar las aguas, funcionó como el verdadero cataclismo y tendón de Aquiles del dogma cristiano, reduciendo los ideales primitivos de la ascética y la renuncia[2] al establecimiento del matrimonio como dogma propagador de una civilización cristiana, y a la construcción de una  liturgia y de doctrinas especulativas y sistemáticas que ordenaran el fundamento de la Iglesia.
El ataque de Overbeck a la teología cristiana incomoda por la solidez de sus conclusiones.
Las incongruencias que halla en la conformación histórica del cristianismo socavan la vida institucional de ministros y oficiantes católicos o protestantes. Sospecho que no por otro motivo nadie lo lee hoy día ni traducen su obra. Los que investigan sus escritos en la actualidad no son más que aislados rumiantes, tan insomnes y en vigilia como Pascal- el único cristiano ejemplar de toda la Europa moderna, para Overbeck- que, ante el horror de la divinidad y su interpretación nazarena, recomienda el estado de vela: “No hay que dormir durante este tiempo”.
Overbeck hizo suyo ese misterioso estado de vigilia, acometiendo la más sólida crítica a la religión cristiana que se conozca, pero desde el apartamiento y la sobriedad.
Allí, en su personal huerto nocturno, encontró una suerte de Dios gnóstico que poco o nada tiene que ver con el que tramó la teología europea.
Ni la iglesia ni sus acólitos están preparados todavía para conocer sus conclusiones. Mientras tanto, su obra goza del extraño privilegio del ostracismo y la paciente espera.

Traducimos (defectuosamente) a continuación, un fragmento de un manuscrito inédito overbeckiano recientemente hallado:
“He escrito mi tratado Sobre la Cristiandad de la época actual bajo la convicción de que nuestra época está en un proceso de desmantelamiento total de la iglesia y en una búsqueda completamente nueva de comprender el cristianismo, y ciertamente una nueva manera de entender la religión en general. Cuando escribí mi tratado, no sentí ni odio ni aversión hacia la iglesia o el cristianismo. Ellos nunca fueron una espina en mi carne. Nunca he experimentado ni al cristianismo ni a la iglesia como un problema. Si hubo algo en mi tratado contra lo que me predispuse, hacia lo cual albergué algún tipo de sentir negativo, esto es la teología (y por extensión, también, la iglesia que alberga y defiende a la teología). He comprendido que no deseo tener ningún tipo de vinculación con la teología, nunca más. Es mi mayor esperanza estar libre de ella, en el sentido de que pueda hacer mi trabajo alejado de sus proposiciones De hecho, el modo en que la teología es concebida en la actualidad me importa poco o nada. El rol que la iglesia y el cristianismo juegan en la actualidad es algo que, ciertamente, nunca estuvo ni estará entre mis asuntos. En cambio, siempre he considerado y aún hoy lo sigo haciendo, que la teología nunca fue otra cosa que un error. La teología es algo con lo que yo no quiero tener nada que ver, y consecuentemente, no recomiendo a nadie que se vea envuelto en ella.” (Franz Overbeck, Anotaciones al margen de un libro de Carl Albrecht Bernoulli) Traducción E. A.



[1] En 1966, Jacob Taubes publica un célebre artículo overbeckiano en el que no hace más que citar y parafrasear hasta el plagio, las tesis y conclusiones que sostiene el estudio precursor de Löwith, al final de su Von Hegel Zu Nietzsche, de 1939
[2] Especial mención merece la ascética cristiana dentro de la obra overbeckiana. De hecho, sería considerable que  algún investigador estudiara seriamente las páginas que Overbeck  dedica a los orígenes del monaquismo y la vida ascética como memento mori, en reemplazo tempo-histórico de la parusía. Para nuestro autor, la renuncia y la ascética consisten en el verdadero móvil y esencia del cristianismo, y sólo una estirpe de linaje aristocrático evidentemente distinguible es la que puede ejercer y vivir bajo las normas ascéticas.

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