jueves, 29 de abril de 2010

Minima Fragmentarium II


Esencialmente, las cosas nunca cambian. Mircea Eliade, en sus múltiples investigaciones sobre las sociedades tradicionales más antiguas de la humanidad, supo descubrir que existía en estas comunidades una melancolía y tristeza extrema cuando ocurría el ocultamiento del dios. Esto se daba cíclicamente cuando un desastre natural o una violación de las leyes interrumpían el círculo sagrado en el que vivía la sociedad. Los hombres creían entonces que el dios se replegaba (deus otiosus), alejándose furioso de su creación y se retiraba del mundo de los mortales. Algo análogo ocurre en la modernidad: los existencialistas creen que Dios se ha alejado para siempre de este mundo, o que, en el peor de los casos, ese Dios, si alguna vez fue, ahora ya no existe. El resultado de dicho alejamiento deviene en el "hombre absurdo" o en "la nada" sartreana. La más trágica consecuencia de esto es que en un mundo sin Dios todo es posible, parafraseando a Dostoievsky. Los golpes más duros siempre duelen en el mismo costado.

1 comentario:

  1. Estaba pensando, que aquí probablemente podríamos establecer toda una serie de sintomas carácteristicos,correspondientes al agotamiento de las fuerzas, la decadencia de una sociedad.
    Así, la cultura deviene en refinamiento y hedonismo, y la sabiduria en erudición. Las fuerzas arcaicas se agotan y degeneran En distintos grados, hasta la nueva inoculación de sangre joven, que la reviva en un nuevo ciclo.

    ¿ quién puede cumplir, hoy, esa santa función?

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