"Si en lo sucesivo no se hallan las soluciones políticas, sociales y biológicas adecuadas, el estudio de las restantes cuestiones que tenemos planteadas será totalmente infructuoso. La humanidad perecerá como las poblaciones de ratas que sobrepasaron la capacidad límite de su hábitat." Jean Dorst, 1970
En materia de conservación de las especies y la naturaleza, es casi imposible, parafraseando a Konrad Lorenz, no mantener tesis conservadoras.
El sistema inmunológico y virósico de las ratas es similar
al nuestro. Cuando pensamos en la capacidad de provocar desastres que poseen
estos mamíferos, no debemos olvidar que nuestra conducta como humanos no dista
demasiado de su animalidad. Al respecto, leo un libro sobre demografía de Paul
Ehrlich, especialista en el tema. Cito: “Cuando las ratas se encuentran
hacinadas en densidades superiores a las que suelen darse en la naturaleza, se
transforman en homosexuales y en unos progenitores irresponsables, llegando
incluso a devorar a sus crías. Esa situación de superpoblación se corrige por
sí sola. ”
Cabría plantearse seriamente esta cuestión entre los seres
humanos. Las explosiones demográficas a las que están asistiendo nuestras
ciudades demuestran un elevado incremento de la promiscuidad, del delito, del
abuso de drogas y de perversiones de cualquier tipo. La hacinación entre
hombres, como en este caso sí ocurre entre las ratas, no nos vuelve caníbales-
tabú antropofágico que todavía el hombre, no sabemos si por mucho más, no se
permite quebrar- pero sí presenciamos cada día mayor indiferencia entre las
clases bajas a la hora de concebir tres, cuatro o más de cinco hijos por
familia, cuando sus ingresos apenas permiten la subsistencia de una familia
tipo de tres integrantes. ¿No es ésta acaso una forma de canibalismo pasivo,
arrojando a la miseria, la desnutrición y la más absoluta marginación a las
criaturas que son criadas como manadas indistintas en una madriguera? Políticas
de dudosa seriedad, como la del no control de la natalidad por parte del
Vaticano, o en nuestro país la demagógica y efectista “asignación universal por hijo”, verdadera sala de
laboratorio del hacinamiento y la concepción irresponsable, nos obligan a
replantearnos nuestra posición como señores de la creación. El hombre, que es
el máximo depredador de la especie, está permitiendo que la naturaleza gima a gritos
(Romanos 8:22) por una inminente destrucción planetaria. Si el hombre no actúa,
la naturaleza- con sus cataclismos, tornados y tsunamis- cumplirá la función de
equilibrar la desproporción demográfica y humana, así como las ratas
progenitoras se comen a los sobrantes.